sábado, 12 de noviembre de 2011

Low battery.

A veces me canso, me canso de ser, de estar, de la áspera supervivencia y de la hazaña de respirar. Me canso de usar los dedos para contar cuanto falta para que la tormenta llegue, e inunde esta rutina que suele asesinarme deliciosamente. De arrancar con euforia las hojas del calendario, y esperar una fecha que al fin de cuentas, va a desilusionarme. Voces cercanas nos hablan de la vida ideal, de lo correcto. ¿Qué es lo ideal? Vivir en Europa, usar corbata y traje, despertarse con gusto a resaca e ir a la universidad, tener la familia más hermosa del mundo. ¿Qué es lo correcto? Sentirse vivo, quizás tomar unas copas de más y sentir que no existe ningún problema, pisar charcos, cantar cómo si nadie te escuchara. Me canso de vivir en una paranoia tan aguda como el silencio en noches de verano, paranoias que se encarnan en todos mis actos y no me deja ser yo. Me cansa saber que hay miles de ciegos que no ven mis buenas intenciones, de planes que no llegan a destino, de esfuerzos en vano y de duelos ficticios. Me cansa rodearme de gente que tiene un iceberg de corazón, que tienen la inocencia y el sentido común tras una celda, de barras de hierro imposibles de quebrar. Me cansan los sábados lluviosos y los domingos húmedos, me cansa ver que el tiempo pase tan rápido. Me estremece escuchar ironías de gente resentida, que tiene su vida en un pozo y pretenden hundirte a vos también. Los milagros existen, pero ¿Quién necesita uno? Sinceramente hay días que espero la noche para que su calma anestesie mis impulsos, sentimientos y sensaciones. Juro que a veces me dan ganas de clavar una bandera blanca, y que el mundo colapse en mi primer lágrima de rendición. Sería de cobarde, de cobarde abandonar la guerra cuando lo peor ya pasó. Me cansa perdidamente dar explicaciones, navegar en un mar de realidades con olas de tristeza que tumban mi barco, y es ahí cuando el golpe duele. Cuando no todo vuelve, cuando la luz te enceguece y de golpe se empieza a apagar. Cuando duele ver rostros que en algún pasado reciente alegraban tus días, cómo cuando desde la ventana de un avión te despedís de esa gente que tanto querés, múltiples despedidas... Y esto no estaba en mis planes, jamás un vocero me advirtió que vivir costaría vida.

¡NO OLVIDAR! Tratan de meternos en un bosque gris y agrietado, de vivir en la trágedia ajena y de ecos que quieren una guerra constante con nosotros mismos. ¿Será que todo vuelve? Será que cuando vuelve, vuelve mucho más.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Lunática

Fue esa noche, la noche en que la luna la despertó. En un filo de la ventana entreabierta, se filtró un reflejo de la luna, le dio en mitad de la cara haciendo que arrugue los ojos. Había podido conciliar el sueño, de aquel día tan abrumador, esos días en que la ciudad colapsa en un simple suspiro y explota todo en tu cabeza, esos días que no querés existir, y ser una partícula más en una galaxia desconocida. Se levantó enojada, corrió la cortina y cerró bien la ventana, quedando exenta del brillo de aquel satélite natural, varado en mitad de la galaxia. Dio repetitivas vueltas sobre su cama, ya destendida. Un tanto molesta, haberse dormido había sido toda una hazaña, un éxito que el sueño se haya apoderado de sus sentidos y de su cabeza colapsada, un sueño que no duró mucho, un sueño vulnerable al brillo de la luna en esa noche sensacional… Pero a ella no le importaba el espectáculo de luces que el cielo le estaba regalando, ella quería dormir y hundirse en un sueño lejos de la realidad que estaba viviendo en aquellos días. Hacer que su cabeza deje de hablar, y de pasarle facturas amargos momentos que había vivido. Eran de nuevo esas noches, densas que mataban al compás de un reloj agrietado, pesadas como metales y largas como una ruta… En dónde rondaban fantasmas de agrios errores que no quería recordar, en dónde proyectaba un film en su cabeza de rostros innombrables y corazones pulverizados. Solo la acompañaban largos cigarrillos, exhalando un humo gris, lleno de tristezas y plegarias… Rogando que esos remordimientos que le aceleraban los latidos, se deshagan como el humo. Aquella noche cuando la luna la levantó de ese sueño frágil, fue la noche de las mil y un lágrimas, de acomodarse las ideas, que no servía de nada vivir en un mundo de sueños forzados por pastillas, esquivando las encrucijadas que la vida había puesto ante su nariz, el mal trago ya había pasado… Pero los efectos repercutían en el momento que el cielo se tornaba color naranja, dónde el sol se escondía en el horizonte y la luna brillaba e iluminaba todo el cielo. La noche era un arma de doble filo, era la directora de una secuencia de malos ratos, vueltas en la cama y tabaco que volvía cada vez más amarillos sus pulmones, y su vida más negra. Esperaría a que amanezca, a que conozca un hombre que la rescate de esa situación, y llene su cabeza de flores y perfumes nostálgicos, que la haga olvidar de la pesadilla de aquella noche. Esperaría a que el sol la abrace con sus rayos cálidos, y la luminosidad del día, refleje en sus pupilas y seque sus lágrimas. Esa noche en dónde la luna fue testigo de sus rezos y desolación, en dónde el príncipe no era príncipe, simplemente un joven egocéntrico y soberbio, guardaría su espada ficticia y volvería al cuento del que nunca salió. La realidad y los recuerdos están en su cabeza siempre, pero la noche es un imán de desgracias que acumula todo lo negro y la apuñala en frente de las estrellas. Esa noche, que la luna la miró, se dio cuenta que de nada servía perderse tan bella noche por cosas que se habían encarnado, que se habían vuelto una cicatriz. Cuando la vida y sus asesinos marcan esa cicatriz en nosotros, no es motivo para detenerse y conmemorar todos los viejos sucesos, no sirve de nada hacer duelos constantes, si ese muerto no va a revivir. Esa noche fue la última y primer noche. Última que sufría por viejas fragancias que seguía inhalando y se pegaban en sus atuendos y alma, y primera que contemplaba tanto el misterio luminoso de esa luna. Y las noches nubladas, cerraría su ventana, y con sus ojos cerrados suaves como un ala de mariposa, imaginaría la luna en su ventana, serena y brillante, cómo la de aquella noche… La noche en que la luna la despertó.

¡NO OLVIDAR! De repente, en el momento más insólito... La luna me asobró con su brillo descomunal, fascinandome como una ilusión, cómo un espejismo, fabulando un Oasis en mitad del desierto. El caudal de la imaginación no tiene fin, al igual que el brillo de la luna...

martes, 8 de noviembre de 2011

Mirando un martes, con ojos de viernes.

Las raíces de los árboles heladas e inmóviles, el vapor espeso saliendo de las bocas de aquellos que transitan las frías y quebradizas aceras, apurados y dependientes del compás de un monótono reloj. Soñando con feriados insólitos, junto a grandes tazas de café que calienten su cuerpo y alma, entre suspiros eternos y un film de Woody Allen en la tele. Aquel característico olor a café, nos remonta a mañanas dinámicas, cafeterías colapsando de gente con traje y corbatas ajustadas y algunos que siguen el mambo de la noche en tabernas, con un gusto a tabaco y alcohol. Buscando en esas clandestinas tabernas el olvido selectivo, cómo un oculto sortilegio incrustado en la silueta de una mujer extraña, fabricando un pensamiento idealista con sabor a ginebra. El invierno es un escenario obsceno, decorado con soledad y tristeza, que transita un paso abrumador y lento, saca una pistola y nos encañona en medio del pecho. Es toda una paradoja soñar con virus primaverales, que enfermen todo nuestro cuerpo con flores y esencias que septiembre da a luz. Que calienta y entibia todas las almas que tiritan en el invierno... Sería soñar con olmos repletos de peras color caramelo. Una encrucijada sería armar una estrategia y pensar en flores, mientras paulatinamente pequeños copos de nieve aterrizan en nuestras cabezas. No hay porque apurar al tiempo, arrancar flores que aún no crecieron, y oler un perfume imaginario, derramar el agua de la clepsidra, que esconde el tesoro del invierno. Aquel cofre que irradia luz, cómo una marquesina, esperando ser descubierto. Las pupilas desorientadas, perdidas en el frío ambiente, mezclado con desolación, se vuelven vulnerables a las lágrimas que se vuelven hielo. El miedo nos aleja del tesoro, derriba nuestro muro de flores y endurece todo a su paso. Es eso, disfrutar la espera. Abrigarse con un suéter de ambiciones y metas a lograr, de sueños que están bajo un cubo de hielo, derretirlos con melodías de optimismo y certeza. Junto a una taza de café que no tenga borra en su fondo, que no nos muestre el futuro. Hacer nuestro el famoso destino, dejar que el futuro nos sorprenda, revelar esa esencia. Sin apurar el tiempo, mirar por la ventana la sábana de estrellas invernal, imaginando galeones, cometas y estrellas fugaces... En dónde los deseos primaverales arden sobre esa estrella, volviéndose eternos e infinitos. Con la pureza e inocencia de un niño, concebir esos deseos en el fondo de esa galaxia, y esperar el milagro. Guardemos calma, las raíces se descongelarán, los picaflores abandonaran sus hogares y saldrán en busca de las flores más lindas y de esa forma, el hielo de derretirá y la primavera será esa difícil madeja que el tiempo por fin... Desenredará.
¡NO OLVIDAR! Cuando la tormenta se desata, no nos refugiemos y nos conviertamos en amargados espectadores. Cerremos las ventanas, y salgamos afuera. Ya ven, la esencia de la vida no es cómo sobrevivir una tempestad, sino de bailar bajo la lluvia.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Mambo dominguero.

¿Se acuerdan cuando salíamos a defender la noche y su aventura? ¿Cuando bajo la luna hacíamos un paraíso a un simple barrio? Aquellos días en que ardía el celeste amanecer, reflejándose en nuestras pupilas, un tono tenue que disimulaba el rojo ardor de nuestros ojos por esas arduas trasnoches. Cuando soñar era un derecho, planear futuros inciertos e impredecibles cómo el clima en esos veranos. Desenredando viejas madejas de un pasado turbulento, reciente cómo la pintura fresca, así... Forjando un presente lleno de sortilegios ocultos en polvorientos y oscuros colectivos o en simples tardes a la deriva, que parecían sacadas de una película. ¿Dónde quedaron aquellos días? Dónde la ciudad, pequeña pero bulliciosa, murmuraba a nuestras espaldas, mirándonos de reojos, junto a un resentimiento con gusto a metal. A pesar de eso, nos adueñábamos de ella y de sus misterios. Fuimos protagonistas de abismales diluvios de verano, pisando charcos que reflejaban el negro cielo que se rompía bajo nuestras cabezas. Dejando atrás aquellos momentos que desembocaban en lágrimas y pintando sonrisas con el color pastel de esos días. Los veranos pasaron, junto a ellos muchas tormentas que arrasaron con aquel dulce olor, las cosas cambiaron, pero nosotras habíamos cambiado más, al igual que aquella amistad. Tales extrañas que cruzaban miradas sobre una acera rodeada de un mar de gente, más extraños. Con sutiles recopilaciones de imágenes congeladas que nuestras retinas quemaron, y fueron cicatriz. Hasta el día de hoy, fotos amarillas y viejas melodías me erizan la piel, con una brisa de nostalgia y lluvia de tristeza. Ese temporal que me hace sentir viva, dichosa de lo vivido. ¿Recuerdan todo eso? Vimos el arco iris, lo recorrimos hasta su final y encontramos el oro, pensando que aquella fantasía dorada sería la felicidad... Y sí, nuestra historia culminó en destellos, pequeños destellos de felicidades como estrellas fugaces; incandescentes, asombrosas y rápidas. En pequeños sueños los cuales nos sujetaban nubes de algodón; suaves pero inestables. El caso es que, jamás supimos que crecer iba a doler y a corrumpir sueños y presagios, forjados bajo un azul cielo. Crecer es eso, llegar tarde, tirar los colores pasteles y ver que no siempre el arco iris está en el cielo. Eso fue crecer, vivir el momento en que respirar es toda una odisea,, sentir taquicardias adolescentes al ver ciertos rostros, vivir en guerra con uno mismo y esquivar espejismos de felicidades... Despejar el desorden de las falsas apariencias y buscar la felicidad en la sencillez de las cosas más pequeñas. Es viajar sin rumbo, sobre rutas desconocidas dejando nuestra marca, esa pequeña revolución. Porque si pasamos, y no dejamos huella ¿Para qué pasamos? Y acuérdense, hay quiénes nos engañan, cómo vendedores ambulantes desquiciados, mafiosos, embusteros y estafadores... Escondiéndonos la magia de la utopía en rostros grises y quebradizos. Eso fue crecer, esto es crecer... No olvidarse quién fuimos, y recordando que la utopía es eterna, tan eterna como la ilusión de un verano en dónde la juventud sea ley primera.


¡NO OLVIDAR!
Es adorable y magistral, la sensación al recordar pasados resientes y extrañables, pero ¿Quién quiere regresar? No, no debemos regresar, porque lo que cuenta es aprender. No siempre está perdido aquello que no fue... ¿Que aprendimos? Simplemente a vivir el momento.

viernes, 7 de octubre de 2011

Obvio, puede fallar.

Fallas, disperfectos, errores y caídas. ¿Que concepto de vida tenías? La vida es eso, un gran problema de matemática que nos pone a prueba para buscar la forma de resolverlo. ¿Matematicas? ¡Pero por favor! Vamos con un ejemplo más "movido". La vida es, claramente, una montaña rusa, algunos se suben y la disfrutan, otros dudan en subirse, mientras que otros la miran desde afuera y la ven pasar como cualquier otro acontecimiento en sus vidas.¿Que es lo correcto? Personalmente, vivirla, disfrutarla. Caerse hasta que ya tengamos el suelo grabado en la cara, y sepamos pararnos sin ayuda y esquivar esa piedra. ¿Qué cosa puede fallar? Todo, nada en la vida es seguro, ni la gente, el clima y la vida misma, ya ven... Uno nunca sabe cuando el telón se va a cerrar. Pero podemos hacer tantas cosas antes que el telón se cierre y la función culmine. ¿Tantas cosas? ¡Pero si con tan solo vivir, sobra y alcanza! En fin, todo puede suceder, todo puede fallar. ¿Cuando, dónde y por qué? Si supieramos eso, la vida no tendría sentido ¿No creen? Si yo fuera una persona que se escucharía a si misma primero, antes de escuchar a los demás, entendería que vivir cada minuto con la intensidad máxima y una pasión plena al estilo de peliculas... Es vivir. Que ya dejemos las ilusiones y espectativas de lado, las palabras enamoran y manipulan, son geniales... Pero genialmente perjudiciales. Vamos a los hechos, a los actos que son ellos los que nos marcan, para bien o para mal, nos marcan. Y una vez más concluyo con lo mismo; no vivamos de ilusiones, las sorpresas son más divertidas.